jueves, 25 de junio de 2009
Privatizame - Yeestastizate: Mi propiedad privada
Queda clarísimo que hay un solo modelo de país, aunque algunos desmemoriados (o muy aprovechados) nos quieran hacer retroceder a la peor crisis de la Historia argentina y del mundo.
miércoles, 24 de junio de 2009
El Colorado emula al Turco
Ahora que está desesperado porque sabe que pierde, Francisco De Narváez encuentra una oportunidad para emular a su maestro, Carlos Saúl 1° en el delicado arte de darse vuelta como un panqueque según sople el viento.
Así lo demuestran sus últimas declaraciones sobre que está a favor de la reestatización YPF, Edenor, Edesur y Metrogas.
En una recorrida de campaña por el partido bonaerense de Malvinas Argentinas, Kirchner aprovechó para recordar que "De Narváez salió a apoyar primero lo que decía el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, con respecto a que pretendía reprivatizar Aerolíneas Argentinas. Y ahora dice lo contrario porque sabe que pierde", agregó.
Daniel Scioli, apeló a la ironía y sostuvo sobre el peronismo disidente que "falta que prometan un salariazo". "Como se dan cuenta el rechazo que tuvo la ola privatizadora que estaban impulsando, ahora salen a hablar que hay que estatizar todo. Son manotazos, es 'a ver cómo quedamos mejor para prometer a la gente'", sostuvo el mandatario provincial.
En declaraciones a radio El Mundo , el segundo candidato a diputado nacional del kirchnerismo por la provincia de Buenos Aires ironizó que "falta que prometan un salariazo", aunque remarcó que "la gente es muy inteligente" y "se da cuenta de las cosas".
Por su parte, el segundo candidato bonaerense a diputado nacional por el Acuerdo Cívico, Ricardo Alfonsín, acusó a De Narváez de pretender "ocultar su verdadera manera de concebir" la realidad.
Así lo demuestran sus últimas declaraciones sobre que está a favor de la reestatización YPF, Edenor, Edesur y Metrogas.
En una recorrida de campaña por el partido bonaerense de Malvinas Argentinas, Kirchner aprovechó para recordar que "De Narváez salió a apoyar primero lo que decía el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, con respecto a que pretendía reprivatizar Aerolíneas Argentinas. Y ahora dice lo contrario porque sabe que pierde", agregó.
Daniel Scioli, apeló a la ironía y sostuvo sobre el peronismo disidente que "falta que prometan un salariazo". "Como se dan cuenta el rechazo que tuvo la ola privatizadora que estaban impulsando, ahora salen a hablar que hay que estatizar todo. Son manotazos, es 'a ver cómo quedamos mejor para prometer a la gente'", sostuvo el mandatario provincial.
En declaraciones a radio El Mundo , el segundo candidato a diputado nacional del kirchnerismo por la provincia de Buenos Aires ironizó que "falta que prometan un salariazo", aunque remarcó que "la gente es muy inteligente" y "se da cuenta de las cosas".
Por su parte, el segundo candidato bonaerense a diputado nacional por el Acuerdo Cívico, Ricardo Alfonsín, acusó a De Narváez de pretender "ocultar su verdadera manera de concebir" la realidad.
martes, 23 de junio de 2009
lunes, 22 de junio de 2009
El Colorado no es el Chapulín - Pero hay que tener mucho cuidado con su astucia
Es dueño del predio de la Rural, compró el 50 % de la empresa que controla América 2, es dueño del 20 % de Ámbito Financiero, y socio de Clarín…Comenzó a ser conocido por Doña Rosa (Dixit Berny), allá por la época en que Menem competía con Kirchner…
Como un empresario que apoyaba a Menem.
No terminó el secundario y nunca fue a la universidad… Nació en Colombia. Ex dueño de Casa Tía, comenzó a trabajar allí a los 17 años. En su brazo, tiene tatuado un anagrama chino que Significa " La crisis es oportunidad".
Su abuelo materno, Carlos Steuer, llegó a la Argentina en 1939, desde Checoslovaquia, empujado por la guerra que azotaba Europa. En Checoslovaquia, Yugoeslavia y Rumania, era dueño de las casas Te-Ta, que en checo significaba "Tía". Una cadena de negocios provistos de regalos para niños, baratijas, muñecas, lápices de colores y dulces. Es decir, basada en el concepto de todo lo que una "tía" compraba para sus sobrinos. Al poco tiempo, armó la empresa en Argentina, en sociedad con un amigo y compatriota, Federico Deutsch. La empresa creció rápidamente en medio de una fuerte demanda, una economía próspera y la ausencia total de competencia agresiva… Comenzó a trabajar allí desde los 17 años.
En los '80 la crisis era terrible para la empresa "Casa Tía", después de la muerte de su abuelo, tuvo que ponerse al frente de la compañía. Después de varios estudios, De Narváez comandó una especie de golpe interno que descabezó al staff original de la compañía e inició un camino para la renovación total de la casa. Hasta ese momento Francisco trabajaba junto a su hermano Carlos.
Doris Steuer, accionista junto a Andrés Deutsch, pensaba que sus dos hijos formarían un buen equipo: Carlos era el "creativo" y Francisco era el "pragmático". Pero las cosas entre ellos iban de mal en peor, no coincidían ni en lo más mínimo. Y llegó un momento en que Francisco, harto de las disputas, enfrentó a los accionistas, entre ellos a su madre, con el argumento de que Tía necesitaba que una sola persona tomara las decisiones y que si esto no ocurría, él se apartaría de la empresa.
A partir de entonces, Carlos pasó a hacerse cargo de la construcción de un lujoso mall de 10.000 metros cuadrados y de abrir nuevos locales de Tía. Y Francisco tomó en sus manos el control total del negocio familiar. A los dos meses, el acuerdo fracasó y Francisco le pidió a su hermano que abandonara la compañía. Carlos se negó y Francisco levantó el teléfono y llamó a una empresa de fletes, que media hora después cargó en un camión todas las pertenencias de Carlos De Narváez. Tiempo después del traumático despido de su hermano, la guillotina de Francisco cayó y arrasó a gran parte del personal antiguo de la firma, aun a aquellos que venían de la época de su abuelo.
Finalizada la tarea, Francisco se retiró en 1993 y se dedicó a atender los otros negocios de la familia. Sin embargo, era tan honda la huella que Francisco había dejado en Tía, que durante meses nadie se animaba a usar la cochera que le había pertenecido.
Como un empresario que apoyaba a Menem.
No terminó el secundario y nunca fue a la universidad… Nació en Colombia. Ex dueño de Casa Tía, comenzó a trabajar allí a los 17 años. En su brazo, tiene tatuado un anagrama chino que Significa " La crisis es oportunidad".
Su abuelo materno, Carlos Steuer, llegó a la Argentina en 1939, desde Checoslovaquia, empujado por la guerra que azotaba Europa. En Checoslovaquia, Yugoeslavia y Rumania, era dueño de las casas Te-Ta, que en checo significaba "Tía". Una cadena de negocios provistos de regalos para niños, baratijas, muñecas, lápices de colores y dulces. Es decir, basada en el concepto de todo lo que una "tía" compraba para sus sobrinos. Al poco tiempo, armó la empresa en Argentina, en sociedad con un amigo y compatriota, Federico Deutsch. La empresa creció rápidamente en medio de una fuerte demanda, una economía próspera y la ausencia total de competencia agresiva… Comenzó a trabajar allí desde los 17 años.
En los '80 la crisis era terrible para la empresa "Casa Tía", después de la muerte de su abuelo, tuvo que ponerse al frente de la compañía. Después de varios estudios, De Narváez comandó una especie de golpe interno que descabezó al staff original de la compañía e inició un camino para la renovación total de la casa. Hasta ese momento Francisco trabajaba junto a su hermano Carlos.
Doris Steuer, accionista junto a Andrés Deutsch, pensaba que sus dos hijos formarían un buen equipo: Carlos era el "creativo" y Francisco era el "pragmático". Pero las cosas entre ellos iban de mal en peor, no coincidían ni en lo más mínimo. Y llegó un momento en que Francisco, harto de las disputas, enfrentó a los accionistas, entre ellos a su madre, con el argumento de que Tía necesitaba que una sola persona tomara las decisiones y que si esto no ocurría, él se apartaría de la empresa.
A partir de entonces, Carlos pasó a hacerse cargo de la construcción de un lujoso mall de 10.000 metros cuadrados y de abrir nuevos locales de Tía. Y Francisco tomó en sus manos el control total del negocio familiar. A los dos meses, el acuerdo fracasó y Francisco le pidió a su hermano que abandonara la compañía. Carlos se negó y Francisco levantó el teléfono y llamó a una empresa de fletes, que media hora después cargó en un camión todas las pertenencias de Carlos De Narváez. Tiempo después del traumático despido de su hermano, la guillotina de Francisco cayó y arrasó a gran parte del personal antiguo de la firma, aun a aquellos que venían de la época de su abuelo.
Finalizada la tarea, Francisco se retiró en 1993 y se dedicó a atender los otros negocios de la familia. Sin embargo, era tan honda la huella que Francisco había dejado en Tía, que durante meses nadie se animaba a usar la cochera que le había pertenecido.
Volvé Neustad
Por Eduardo Aliverti
La gran novedad que trajeron estos últimos días de campaña es que se incorporó el ridículo.
Hay que ubicar a esa palabra en un contexto muy preciso. Uno tiene todo el derecho de opinar, por ejemplo, que rotular a este gobierno como progresista se da de bruces contra la realidad. Y tanto por derecha como por izquierda. Aun cuando se tuviera en cuenta todo lo bueno que hizo, sobran motivos de cuestionamiento legítimo. La brecha entre ricos y pobres se mantiene intacta. No hubo una construcción de alianzas que garantice la posibilidad de continuar disputando terreno y, peor todavía, terminan recostados en los punteros del peronismo bonaerense. La acusación por haber erigido un capitalismo de amigotes es de muy improbable refutación. Unos cuantos megaanuncios o globos de ensayo acabaron como platos voladores: los miles de millones de dólares que allegarían los chinos, el tren bala, el pago de un saque al Club de París. La ausencia de todo plan de desarrollo conocido que no consista en depender de la soja. El horrible manejo de la crisis con los gauchócratas, más allá de su justeza de ideario. La mantención de un sistema impositivo escandalosamente injusto. Una lista que puede ampliarse, casi, todo lo que se quiera. Sin embargo, también es lícito confrontarla no ya con aspectos positivos puntuales sino mediante el registro de la correlación de fuerzas realmente existente; es decir, cuánto más podía haber avanzado (o cuánto más cabía esperar de, que es más o menos o lo mismo) un gobierno que en definitiva es expresión de la brutal crisis de representatividad estallada en 2001. Que es hijo de improvisaciones naturales a partir de la magnitud de esa explosión, que dejó a medio mundo desnudo y a los gritos. Visto en izquierda ortodoxa, un gobierno de burgueses tan explotadores como cualquiera. Visto por la derecha, un híbrido inclasificable que despierta desconfianza entre los “inversores” y el mundo desarrollado. Visto por lo que se llama centroizquierda, un modestísimo avance a cuya izquierda está la pared o una pared que tranquilamente puede ponerse más a la izquierda. Visto por la derecha, que no tiene centro, una amenaza sin más ni más que en el conflicto con los campestres motivó que se llamara a destituirlo. Pero digamos que la sola presencia de esa tensión discursiva inhabilita que pueda hablarse de un “ridículo”.
Si quiere hacerse, asimismo, un listado de las barbaridades y penurias que dejaron las gestiones de la derecha, el conjunto es igualmente válido. Remataron el país, objetivamente. Las deudas monstruosas, externa e interna; la extranjerización sádica de la economía; la fantasía del uno a uno; la desindustrialización; una cifra de pobres que llegó a la mitad del pueblo y otra de desocupados que trepó al 20 por ciento; el recorte al haber de los jubilados. Son datos que nadie está en condiciones técnicas o intelectuales de negar. Nadie. Lo hizo la derecha. Y mejor que no vayamos apenas un poco para atrás porque tenemos que incluirles el genocidio, claro. Pero todos esos factores también son contrastables desde una visión de derecha lúcida y/u honesta. Esto último, la honestidad, no desde una valoración moral sino con una ética de la aceptación histórica. Pueden decir que mataron a todos lo que tenían que matar porque la circunstancia de época no les dejaba otra opción. Pueden decir que el desquicio en que concluyeron los ’90, apreciado en mirada ecuménica, no fue al fin y al cabo más que un daño colateral –facturable a errores políticos y administrativos– de la modernización irreversible que necesitaba el país tras décadas de estatismo inoperante. Pueden decir que hay ejemplos como el chileno y el brasileño, demostrativos de que el problema fue local, aunque desde ya que sin meterse en la distribución de la riqueza de esos modelos tan eficientes. Es otra lista que también puede amplificarse, casi, todo lo que se quiera. Y uno puede estallar de indignación frente a esos argumentos, pero tiene que tomarse el trabajo de refutarlos. En consecuencia, la caracterización de “ridículo” queda tan inválida como en el bloque conceptual anterior.
Estas aclaraciones vienen a cuento de que el ridículo citado al comienzo remite, tan sólo, a sucesos de estas últimas jornadas de campaña. El periodista cree que, de no efectuarlas, así sea corriendo el riesgo de ser impreciso, daría curso a encontronazos bizantinos que pretende evitar, del tipo “los Kirchner viven en el ridículo con sus pretensiones progres” o “De Narváez y Michetti hacen el ridículo en cada afiche o spot donde prometen la nada misma”. No. Aquí hablamos de haberse recurrido, literalmente, a una demagogia terrorista que, en su afán de meter pánico en la clase media, cruzó todo límite ya no (solamente) de moral o ética, sino de lógica estricta, de sentido común, de comprensión estructural. No es el caso de Macri, quien, con un impresionante desparpajo que revela su pureza ideológica, sinceró para el aplauso su pretensión de que se reprivatice todo: Aerolíneas, el servicio de aguas, las jubilaciones. Ahí tenemos a un tipo de derechas que vale la pena, que no oculta, que no trampea, que a lo sumo puede ser contrastado con la eficiencia de su mandato. Y menos que menos es el caso de De Angeli, un animal capaz de requerir a voz en cuello que debe juntarse a los peones de las estancias, subirlos a la camioneta y decirles a quién hay que votar. Y mucho menos que menos es el caso de Jorge Chemes, ex titular de la Federación de Asociaciones Rurales de Entre Ríos y candidato a diputado de Carrió, quien dijo que, “como en la guerra, hay que ir matando a los de la primera fila, hay que barrer a la mayoría, a la mugre, para después empezar a remar. Lo primero es el enemigo –concluyó–, al que hay que matar”. No. No es el caso de ellos. Ellos no son los mejores de la derecha, pero sí son la derecha sanguínea y explícita que hace a la sinceridad de la clase que representan. Ellos son lo que transparentan el debate y las intenciones reales. Ellos son el mejor tributo de estas pampas a la frase inmortal de Franklin Roosevelt sobre el dictador nicaragüense Anastasio Somoza: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
No.Acá hablamos de los que anunciaron que si gana el oficialismo se vienen la estatización de la banca, la devaluación y la confiscación de los depósitos. O más que eso: acá hablamos de los que condimentan la sopa para que eso efectivamente pase, producto, dirán, de las turbulencias institucionales (que ellos habrán generado). Pero antes que eso: eso sí que es el ridículo. Eso sí que es inventar. Eso sí que no debe perdonarse. Sean de una derecha bien, frontal. No de una que cae en el patetismo de adjudicarle a este Gobierno aspiraciones de revolucionario.
Viva Macri. Viva De Angeli. Viva Biolcati. Viva Grondona. Y volvé Neustadt, que te perdonamos.
La gran novedad que trajeron estos últimos días de campaña es que se incorporó el ridículo.
Hay que ubicar a esa palabra en un contexto muy preciso. Uno tiene todo el derecho de opinar, por ejemplo, que rotular a este gobierno como progresista se da de bruces contra la realidad. Y tanto por derecha como por izquierda. Aun cuando se tuviera en cuenta todo lo bueno que hizo, sobran motivos de cuestionamiento legítimo. La brecha entre ricos y pobres se mantiene intacta. No hubo una construcción de alianzas que garantice la posibilidad de continuar disputando terreno y, peor todavía, terminan recostados en los punteros del peronismo bonaerense. La acusación por haber erigido un capitalismo de amigotes es de muy improbable refutación. Unos cuantos megaanuncios o globos de ensayo acabaron como platos voladores: los miles de millones de dólares que allegarían los chinos, el tren bala, el pago de un saque al Club de París. La ausencia de todo plan de desarrollo conocido que no consista en depender de la soja. El horrible manejo de la crisis con los gauchócratas, más allá de su justeza de ideario. La mantención de un sistema impositivo escandalosamente injusto. Una lista que puede ampliarse, casi, todo lo que se quiera. Sin embargo, también es lícito confrontarla no ya con aspectos positivos puntuales sino mediante el registro de la correlación de fuerzas realmente existente; es decir, cuánto más podía haber avanzado (o cuánto más cabía esperar de, que es más o menos o lo mismo) un gobierno que en definitiva es expresión de la brutal crisis de representatividad estallada en 2001. Que es hijo de improvisaciones naturales a partir de la magnitud de esa explosión, que dejó a medio mundo desnudo y a los gritos. Visto en izquierda ortodoxa, un gobierno de burgueses tan explotadores como cualquiera. Visto por la derecha, un híbrido inclasificable que despierta desconfianza entre los “inversores” y el mundo desarrollado. Visto por lo que se llama centroizquierda, un modestísimo avance a cuya izquierda está la pared o una pared que tranquilamente puede ponerse más a la izquierda. Visto por la derecha, que no tiene centro, una amenaza sin más ni más que en el conflicto con los campestres motivó que se llamara a destituirlo. Pero digamos que la sola presencia de esa tensión discursiva inhabilita que pueda hablarse de un “ridículo”.
Si quiere hacerse, asimismo, un listado de las barbaridades y penurias que dejaron las gestiones de la derecha, el conjunto es igualmente válido. Remataron el país, objetivamente. Las deudas monstruosas, externa e interna; la extranjerización sádica de la economía; la fantasía del uno a uno; la desindustrialización; una cifra de pobres que llegó a la mitad del pueblo y otra de desocupados que trepó al 20 por ciento; el recorte al haber de los jubilados. Son datos que nadie está en condiciones técnicas o intelectuales de negar. Nadie. Lo hizo la derecha. Y mejor que no vayamos apenas un poco para atrás porque tenemos que incluirles el genocidio, claro. Pero todos esos factores también son contrastables desde una visión de derecha lúcida y/u honesta. Esto último, la honestidad, no desde una valoración moral sino con una ética de la aceptación histórica. Pueden decir que mataron a todos lo que tenían que matar porque la circunstancia de época no les dejaba otra opción. Pueden decir que el desquicio en que concluyeron los ’90, apreciado en mirada ecuménica, no fue al fin y al cabo más que un daño colateral –facturable a errores políticos y administrativos– de la modernización irreversible que necesitaba el país tras décadas de estatismo inoperante. Pueden decir que hay ejemplos como el chileno y el brasileño, demostrativos de que el problema fue local, aunque desde ya que sin meterse en la distribución de la riqueza de esos modelos tan eficientes. Es otra lista que también puede amplificarse, casi, todo lo que se quiera. Y uno puede estallar de indignación frente a esos argumentos, pero tiene que tomarse el trabajo de refutarlos. En consecuencia, la caracterización de “ridículo” queda tan inválida como en el bloque conceptual anterior.
Estas aclaraciones vienen a cuento de que el ridículo citado al comienzo remite, tan sólo, a sucesos de estas últimas jornadas de campaña. El periodista cree que, de no efectuarlas, así sea corriendo el riesgo de ser impreciso, daría curso a encontronazos bizantinos que pretende evitar, del tipo “los Kirchner viven en el ridículo con sus pretensiones progres” o “De Narváez y Michetti hacen el ridículo en cada afiche o spot donde prometen la nada misma”. No. Aquí hablamos de haberse recurrido, literalmente, a una demagogia terrorista que, en su afán de meter pánico en la clase media, cruzó todo límite ya no (solamente) de moral o ética, sino de lógica estricta, de sentido común, de comprensión estructural. No es el caso de Macri, quien, con un impresionante desparpajo que revela su pureza ideológica, sinceró para el aplauso su pretensión de que se reprivatice todo: Aerolíneas, el servicio de aguas, las jubilaciones. Ahí tenemos a un tipo de derechas que vale la pena, que no oculta, que no trampea, que a lo sumo puede ser contrastado con la eficiencia de su mandato. Y menos que menos es el caso de De Angeli, un animal capaz de requerir a voz en cuello que debe juntarse a los peones de las estancias, subirlos a la camioneta y decirles a quién hay que votar. Y mucho menos que menos es el caso de Jorge Chemes, ex titular de la Federación de Asociaciones Rurales de Entre Ríos y candidato a diputado de Carrió, quien dijo que, “como en la guerra, hay que ir matando a los de la primera fila, hay que barrer a la mayoría, a la mugre, para después empezar a remar. Lo primero es el enemigo –concluyó–, al que hay que matar”. No. No es el caso de ellos. Ellos no son los mejores de la derecha, pero sí son la derecha sanguínea y explícita que hace a la sinceridad de la clase que representan. Ellos son lo que transparentan el debate y las intenciones reales. Ellos son el mejor tributo de estas pampas a la frase inmortal de Franklin Roosevelt sobre el dictador nicaragüense Anastasio Somoza: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
No.Acá hablamos de los que anunciaron que si gana el oficialismo se vienen la estatización de la banca, la devaluación y la confiscación de los depósitos. O más que eso: acá hablamos de los que condimentan la sopa para que eso efectivamente pase, producto, dirán, de las turbulencias institucionales (que ellos habrán generado). Pero antes que eso: eso sí que es el ridículo. Eso sí que es inventar. Eso sí que no debe perdonarse. Sean de una derecha bien, frontal. No de una que cae en el patetismo de adjudicarle a este Gobierno aspiraciones de revolucionario.
Viva Macri. Viva De Angeli. Viva Biolcati. Viva Grondona. Y volvé Neustadt, que te perdonamos.
viernes, 19 de junio de 2009
Las fauces de Macri
Por Sandra Russo
El martes estaba en mi casa haciendo otra cosa con la tele encendida y Macri hablaba en la pantalla. ¿A quién le interesa escuchar lo que siempre dice Macri? Macri, como su socio político, no dice nunca nada. No habla de política. Uno por el desvío de la eficiencia y los equipos, y el otro ya lanzado de cabeza a la prosa poética: “¿Querés cambiar?”, pregunta, intentando asimilar el cambio de modelo de país con el cambio de pareja, auto, trabajo, detergente.
Pero el martes, a Macri se le destrabó la lengua y mis oídos no daban crédito a lo que escuchaban. No porque no supiera que obviamente todo lo que dijo es lo que piensa Macri, que siempre fue Macri y no Mauricio. No creo que Macri hubiera dicho lo que dijo si hubieran estado sentados frente a él Marcelo Bonelli y Gustavo Silvestre, que más que dos periodistas son un intersticio del medio encarnado en ellos. En este sentido, el periodismo político sigue siendo, cuando asoma, un ejercicio provocador, del que hemos estado casi privados en esta campaña, condenados a aduladores y mequetrefes.
Macri empezó a hablar y yo me quedé dura. Más que boca, le vi fauces. Estaba diciendo exactamente lo que Ricardo Forster había dicho una noche de un frío terrible en la plaza, en la carpa de la JP, en pleno conflicto con los ruralistas, cuando Carta Abierta les hizo una visita. Que la ofensiva de la derecha estaba directamente relacionada con lo que el kirchnerismo había hecho bien, con lo que nadie se había animado. Y que todo lo demás es accesorio (esto lo agrego yo). Ahí está el hueso, el nombre de una pelea. Ahí está el 2001, pero también está 1930, 1955, 1976, 1989 y muchos otros momentos de la historia argentina. El hueso es el Estado y su potencial capacidad emancipatoria.
La defensa de las privatizaciones y del rol privado en la economía que hizo Macri este martes sólo es comparable a la que hacen los Vargas Llosa y lo más arcaico del mundo en materia de derecha ultraliberal. Y ya no es la oligarquía vacuna y sojera que tiraba manteca al techo la que acecha, sino el capital globalizado que inspira a gobiernos de derecha para que se le asocien. Lo que dijo Macri es mil veces peor que lo que se sabe: que los terrenos de Buenos Aires, los de la villa 31, los del Borda, los del Moyano, están mucho más arriba en la agenda política que la salud mental o las condiciones de vida de los débiles. Macri como presidenciable es el riesgo de volver a entregar todo.
El martes estaba en mi casa haciendo otra cosa con la tele encendida y Macri hablaba en la pantalla. ¿A quién le interesa escuchar lo que siempre dice Macri? Macri, como su socio político, no dice nunca nada. No habla de política. Uno por el desvío de la eficiencia y los equipos, y el otro ya lanzado de cabeza a la prosa poética: “¿Querés cambiar?”, pregunta, intentando asimilar el cambio de modelo de país con el cambio de pareja, auto, trabajo, detergente.
Pero el martes, a Macri se le destrabó la lengua y mis oídos no daban crédito a lo que escuchaban. No porque no supiera que obviamente todo lo que dijo es lo que piensa Macri, que siempre fue Macri y no Mauricio. No creo que Macri hubiera dicho lo que dijo si hubieran estado sentados frente a él Marcelo Bonelli y Gustavo Silvestre, que más que dos periodistas son un intersticio del medio encarnado en ellos. En este sentido, el periodismo político sigue siendo, cuando asoma, un ejercicio provocador, del que hemos estado casi privados en esta campaña, condenados a aduladores y mequetrefes.
Macri empezó a hablar y yo me quedé dura. Más que boca, le vi fauces. Estaba diciendo exactamente lo que Ricardo Forster había dicho una noche de un frío terrible en la plaza, en la carpa de la JP, en pleno conflicto con los ruralistas, cuando Carta Abierta les hizo una visita. Que la ofensiva de la derecha estaba directamente relacionada con lo que el kirchnerismo había hecho bien, con lo que nadie se había animado. Y que todo lo demás es accesorio (esto lo agrego yo). Ahí está el hueso, el nombre de una pelea. Ahí está el 2001, pero también está 1930, 1955, 1976, 1989 y muchos otros momentos de la historia argentina. El hueso es el Estado y su potencial capacidad emancipatoria.
La defensa de las privatizaciones y del rol privado en la economía que hizo Macri este martes sólo es comparable a la que hacen los Vargas Llosa y lo más arcaico del mundo en materia de derecha ultraliberal. Y ya no es la oligarquía vacuna y sojera que tiraba manteca al techo la que acecha, sino el capital globalizado que inspira a gobiernos de derecha para que se le asocien. Lo que dijo Macri es mil veces peor que lo que se sabe: que los terrenos de Buenos Aires, los de la villa 31, los del Borda, los del Moyano, están mucho más arriba en la agenda política que la salud mental o las condiciones de vida de los débiles. Macri como presidenciable es el riesgo de volver a entregar todo.
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